Cementerios con vistas: Gaucín
“La muerte no es nada. Es solamente como si durmiera en la habitación contigua.
Yo sigo siendo yo, y tú sigues siendo tú y aún seguiremos siendo los mismos el uno para el otro.
Sígueme llamando como lo solías hacer y sígueme hablando como antes lo hacías. No cambies tu tono de voz ni lo hagas más solemne, ni tampoco sientas pena por mí.
Sigue sonriendo como si aún yo estuviera aquí. Piensa en mí, reza por mí y procura que mi nombre se pronuncie siempre de manera natural, sin que haya sombras a su alrededor.
La muerte es un proceso natural y yo sigo aún en tu corazón, aunque no me veas, siempre estaré a tu lado.
La vida continúa y todo está bien”.
Este hermosísimo poema de amor, escrito desde el otro lado de la vida, pasa por alto, como ignorándola, la muerte; animando a quien queda a seguir con naturalidad la vida. “La muerte no es nada. Sigue sonriendo como si yo aún estuviera aquí”. Este poema anónimo, a la entrada del cementerio de Gaucín, anima a pasar sin pena, más bien diría: con esperanza.
Estos pueblos malagueños que aman por igual la naturaleza y la vida, porque comprenden que son la misma cosa, consiguen llevar el campo, con todo su color y su olor a las puertas de sus casas. Lo mismo hacen con sus cementerios; iluminados de cal, inundados del verde del romero y del arrayán; adornados de rosas casi auténticas, de lirios blancos, de jacintos, de crisantemos, de alegría.
La luz también descansa en ellos y los llena de color, de contrastes, de luces cálidas y sombras frías. El paso del tiempo les afecta poco. Tumbas antiguas, olvidadas ya, siguen ahí, en su lugar, respetando el reposo y la memoria. “Reposa aquí eternamente, en aquesta sepultura, La inocente joven pura Dña. Francisca Calvente. Falleció de 18 años el 19 de mayo de 1859”
José Luis Marmolejo 2014
Un sevillano en la sierra